lunes, 20 de julio de 2009

Moraleja: Palo y a la bolsa, tarde o temprano se justifica.

Lo veía cada mañana. Tomaba el mismo ómnibus que yo para ir al mismo lugar de trabajo que el mío, sólo que varias cuadras mas adelante, cerca del centro. Era alto, esbelto, radiante, de porte altanero y sonrisa de propaganda de dentífricos. Era el mismísimo hades frente a mi, y me temblaban las piernas, me mordía el borde superior del labio y me transpiraban asquerosamente las manos cuando dejaba el camino de su perfume barato al lado mío. Yo estaba comprometida, el estaba casado. Y me miraba. Y me sonreía y no me acuerdo que alguien haya contado alguna vez tener un orgasmo espiritual en un viaje de treinta minutos camino al trabajo.

Así que le mandé un mail un día, lo suficientemente sutil para no aparentar ser una perra desesperada, pero tácticamente redactado con puntos suspensivos, que consiguió completar con su respuesta veloz. Yo estaba sola, mi pareja se había ido de viaje por una semana, y su mujer estaba en otra provincia por asuntos laborales, solo por cuatro días… Tres de esos fue mío (el cuarto tuvo que pasar la aspiradora en el auto, limpiar el departamento y lavar sabanas, toallas y ropa para quitar las huellas), completando la grilla de necesidades fisiológicas mías insatisfechas durante cuatro años, poco más, poco menos. Me hice contorsionista, tuve sesiones de sauna casero, escribí tres capítulos más del Kamasutra y rompí uno de los sillones de mi departamento, entre otras cosas. Justifiqué la mala calidad de la madera, por supuesto.

Lloré una noche entera por la culpa de mi primer engaño… ¿Sería adictivo?, ¿Me estaba convirtiendo en un monstruo?, ¿Cómo caí en algo que siempre crucifiqué moralmente?, y esperando a que llegue mi pareja, creía perder la cordura para afrontar la vergüenza. Pero… El tipo nunca volvió. Sonó el teléfono una noche: había una oferta de negocios muy buena, no podía dejarla, todo era por el bien de los dos, blah, blah, blah… Corté, no lo dejé terminar. Salí corriendo por el pasillo hasta el patio conteniendo la alegría y con todas las fuerzas de mis pulmones grité “¡QUE SE CAGUE!”.